Todo lo que podría estar mal en la campaña contra el maltrato que ha lanzado la Junta de Andalucía, está mal. Y en este artículo os vamos a explicar por qué y qué se podría haber hecho de otra manera para haber evitado todo este embrollo.

Para ser justos con la Junta de Andalucía, si visitáis su página web veréis que todas sus campañas están hechas de la misma manera, fotos de archivo de personas sonrientes para anunciar cosas. Pero no todos los asuntos han de tener el mismo tratamiento y es una cuestión fundamental en el mundo de la comunicación.

Así como es fundamental tratar desde el respeto y el conocimiento las campañas que las administraciones públicas lanzan desde sus órganos por dos cuestiones fundamentales; la primera es que las administraciones públicas tienen el deber de velar por los intereses de la ciudadanía y, en segundo lugar y a consecuencia de esto, también han de velar que los presupuestos públicos se correspondan con los intereses de la ciudadanía.

Y nada de eso ha pasado con esta campaña. Más allá de intereses partidistas, dado que muchas otras campañas de concienciación contra la violencia de género  realizadas por otros partidos, tampoco han sido certeras, me pararé a analizar esta en concreto por ser de actualidad y representativa de una ignorancia e ignominia que no resultan desconocidas.

Como todos los artículos de los grandes periódicos han predicado, el anuncio se ha ilustrado con fuentes de un banco de imágenes. Bien, no hay problema, de hecho, las denuncias contra esta campaña se han centrado en esto, inexplicablemente. El problema es el tratamiento de estas imágenes y lo que transmiten. La Junta de Andalucía ha respondido que quieren que sea una campaña en positivo.

El problema principal de esta campaña es el desconocimiento absoluto de lo que sucede en una relación de violencia de género. De hecho, el desconocimiento absoluto de la violencia de género; esta se puede manifestar de muchísimas maneras, desde el maltrato emocional, psicológico, físico, ambiental, hasta llegar al físico; de hecho, podéis profundizar un poco más en nuestro artículo sobre la Ley de Igualdad de Castila-La Mancha.

Me voy a centrar en la violencia física porque es lo que se intuye que se quiere prevenir. La violencia física en una relación de pareja se empieza a manifestar con pequeñas actitudes y actos que están tan normalizadas que no se reconocen. El agresor va construyendo una jaula de oro para su víctima, empieza teniendo conductas seductoras con una fase de enamoramiento, digamos que se empieza una relación normal, dentro de los límites de la salud. Tras esto, comienzan las conductas de control y se crea un clima de confusión para la víctima en la que ella empieza a percibir que hay algo mal en la relación y por el ejercicio de violencia psicológica, ella piensa y siente que es su culpa. Por lo que comenzará la fase de habituación como defensa psicológica, es decir, pensar y actuar como lo haría el agresor para evitar cualquier tipo de problema.

Por tanto, las víctimas desde el comienzo están en una situación de indefensión que pueden provocar desde un sobreesfuerzo psicológico, hasta parálisis de miedo, un sentimiento de incapacidad, o de derrota. Y todo ello pasa por una normalización de la víctima para poder sobrevivir a esa situación.

En el ciclo de la violencia que sufren las víctimas de violencia de género el motor es el agresor y tiene cinco fases. Este ciclo fue desarrollado por Walker y desde aquí os vamos a dar una explicación breve, pero suficiente, para entenderlo y quizás hacer una campaña adecuada para sensibilizar sobre este tema.

La primera es una fase de calma, en la que la situación es idílica hasta que gradualmente se pasa a la segunda fase, de acumulación de tensión, en la que se vive un maltrato psicológico para controlar a la víctima, y la mujer intenta calmar al agresor, complacerle, hacer cualquier cosa para no molestarle. Por tanto, la víctima desarrolla mecanismos psicológicos de anticipación.

Una situación muy común entre víctimas de violencia de género es que el agresor quiere que el jarrón de la entrada esté colocado en un punto exacto, y si no lo está, la culpa es de la víctima. Por tanto, la víctima cuida de que el jarrón esté en su lugar en todo momento. Cuando este comportamiento está aprendido, el agresor decide que ese jarrón no está bien colocado, que tendría que estar en la mesa de la cocina. Porque sí, porque él lo ha decidido. Por tanto, la víctima se culpa a sí misma por hacer las cosas mal.

Aunque existen un sinfín de cortometrajes que reflejan estas situaciones de una manera excepcional, os vamos a recomendar “El orden de las cosas” y “Propiedad Privada”, son muy interesantes para observar esta primera fase del ciclo de la violencia.

Y entonces llega la fase de explosión, en muchas ocasiones sólo la origina el cambio de decisión del agresor que sólo sirve para mantener su control sobre la víctima. En esta fase se descarga toda la tensión acumulada y es en el momento en el que se producen las agresiones físicas, psicológicas, sexuales, etc., es una fase más corta y más intensa.

Tras las agresiones, vuelve la fase de calma, el agresor mantiene conductas compensatorias y es la base de la dependencia emocional.

Todo esto se explica gracias al concepto de la indefensión aprendida de Seligman. Existe en primer lugar una ausencia de control, hay una actitud pasiva dado que, si la víctima modifica su conducta, no se produce el resultado esperado. En segundo lugar, existe un desgaste psicológico que no permite salir de esa ambiente, no sólo por la indefensión, sino por la ausencia de motivación para salir de esa situación. Al final, la indefensión es una defensa y adaptación psicológica para poder soportar el dolor.

Walker también explica muy bien en este sentido el concepto, la mujer se enfrenta a acontecimientos que son independientes de sus respuestas (haga lo que haga con el jarrón, va a estar mal sin ningún motivo). Por tanto, desarrolla actitudes pasivas al percibir que, haga lo que haga, el maltrato es impredecible y continúa.

Miguel Lorente Acosta, en uno de sus artículos, declaró que «a la indefensión se llega cuando se expone a la víctima a peligros físicos y no se le advierte o ayuda a evitarlos, se la sobrecarga con trabajos, se le hace pasar por torpe, descuidada, ignorante, etc.; la falta de afecta unido a la repetición y prolongación en el tiempo de actitudes despreciativas, acompañadas con bruscos cambios del estado de ánimo del agresor, sólo es comparable a algunas torturas».

Por tanto, la pregunta que hay que plantearle en este caso a la Junta de Andalucía es que si ellos, verdaderamente creen que una mujer inmersa en cualquiera de las fases de este ciclo de violencia va a plantearse la posibilidad de que la vida es más fuerte y de que, por supuesto, se puede salir adelante y con una sonrisa.

Con esto, no queremos decir que no se puedan realizar campañas de acción positiva. Desde luego que se puede, pero sólo desde el respeto, el conocimiento y la empatía. De hecho, os dejamos aquí este ejemplo de cómo sí se tienen que hacer las cosas.

Nos leemos,

Sandra Herranz Casas

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